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Hoy en Zumba... Capítulo 3

1) Hoy llego a la ciudad deportiva persignándome tres veces mientras atravieso la puerta de entrada. No quiero que vuelva a pasarme lo del otro día, que tuve que tirarme al suelo para no desfallecer. Por eso me encomiendo a la superstición. A medida que camino hacia la sala de clase, vuelvo a persignarme otras tres veces. Hago una pausa de cinco segundos y me persigno tres veces más. Vuelvo a repetir la operación. En total hago ocho series de tres santiguadas, con una separación de cinco segundos entre cada serie.

2) La monitora no ha llegado. Me acerco a un grupo de tres mujeres con las que nunca he hablado y las saludo. Me quedo junto a ellas, mirándolas. Se les ve un poco cortadas. Me acuerdo de un compi del curro que nunca saluda. Ayer subí con él en ascensor. Decido aplicar la misma técnica. La provocación. Miro a las mujeres en silencio para comprobar si me hablan del tiempo. Con el frío que hace, tengo todas las de ganar. Pero no. Las muy maleducadas siguen con la conversación que tenían a medias y me ignoran.

3) Me cago en ellas y me acerco a las señoras más agradables.

- ¡Hola! ¿Cómo están?

- ¡Uy! ¡Muertitas de frío! –responde una.

Me siento complacido. Sin tener que presionarlas, las señoras de zumba con más habilidades sociales han superado con excelencia mi experimento sociológico-meteorológico.

4) Llega mi Compi-Zumbi y se me pega como una lapa, o sea, se me pone al lado con toda su cara de mala leche. Hago como que me llaman por teléfono y me alejo. Lo dejo junto a las señoras y observo desde media distancia. El hombre está en un serio apuro. Se le ve muy cortado. Me siento un grandísimo cabrón, pero mi jugada es necesaria para relatarla. Si yo no fuera contador de los relatos “Hoy en zumba…”, no se me hubiera ocurrido dejar solo al señor. Y digo “solo” porque es lo que él me dijo el primer día. “¡Ahora sí! ¡Yo solo, ni hablar! ¡Pero ahora sí!”.

5) Llega la monitora y empieza el baile. Noto que los pies se me mueven por cuenta propia. La música se hace con mi estilizada figura y me convierto en dueño de la pista. Noto un poco de envidia en la mirada de mi Compi-Zumbi. Pero conforme avanza la clase, cada vez me siento más torpe.

6) Con el giro a la derecha y el avance lateral, una señora tropieza conmigo. Casi me tira al suelo. Todavía tengo que pillar el truco de los cambios.

7) Mientras me remeneo y me contorsiono sin orden, sigo dándole vueltas y creando ideas para las clases de zumba en E.3.1. La futura Promoción Golosina me lo agradecerá. Igual la próxima semana, en las Jornadas de Puertas Abiertas que hacemos para atraer al alumnado de Bachillerato, utilizo esta información como refuerzo motivador.

8) Miro de reojo a mi Compi-Zumbi. Está mucho más perdido que yo. ¡Y mira que yo estoy perdido! De hecho, estoy más perdido que mi primer día. Pero mi Compi-Zumbi parece el prota de una peli de humor absurdo. Me vengo arriba. Me siento un híbrido entre Michael Jackson y Beyoncé. Como el salón tiene un espejo macrogigantesco de lado a lado, me miro y remiro. Observo mi enorme mata afrolatina de pelo y siento como si estuviera en un escenario cantando “Crazy in Love”. La verdad es que físicamente me parezco un poco a Beyoncé. No mucho, pero un poco sí. Sobre todo en el enorme espejo.

- ¡Uhhhhhhh! –grito, y la gente me mira con cara de lástima.

9) ¡¡¡Catacrack!!!

¡Jooodeeeeeeer! ¡La puta espalda! Creo que se me han roto las jodidas costillas. Me tumbo en el suelo. Necesito un masaje, pero no me atrevo a pedírselo a nadie. Menos mal que ya falta poco para terminar la sesión.

10) Dejo pasar el tiempo hasta que termina la clase. Me levanto con miedo, pero… ¡Buf! No me duele. Menos mal. Falsa alarma. Tendré que ir con más cuidado el próximo día.

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