top of page

Hoy en Zumba... Capítulo 9

1) Llego en mi coche a la ciudad deportiva con los labios agrietados y cayéndose a cachos. El frío de estos días le está pasando tal factura a mis labios que, durante todo el trayecto, he sido incapaz de vocalizar la letra de “Sweet Jane”. Bueno, también ha contribuido a ello mi torpeza con el inglés. Cuando no tengo los labios agrietados tampoco vocalizo bien “Sweet Jane”. Lo único que me sé de esa canción es “Standing on a corner” y “Sweet Jane”. Y eso que la canción es de uno de mis cantantes favoritos, Lou Reed.

Si el lector me lo permite y aunque no venga a cuento en estos docurelatos, quiero manifestar que, cuando conduzco, suelo escuchar a Lou Reed o a Neil Young si estoy deprimido. Cuando estoy hiperexcitado me pongo a El Fary para bajar un poco las revoluciones. Y cuando me quiero quedar dormido pongo a Luis Mariano, pero como no debes quedarte dormido cuando conduces, pues no suelo poner mucho a Luis Mariano.

2) Me bajo del coche y me da tal dolor en la garganta que se me doblan las rodillas por la mitad. Las dos rodillas. Con la misma vuelvo a meterme dentro del vehículo. Abro la minimochila que me compré en Decathlon, saco la braga de cuello (yo la llamo bandolera) y me la pongo alrededor de la garganta.

NOTA: Si algún lector no es seguidor habitual de estos relatos, aclaro que Decathlon es una tienda de deportes que se llama Decathlon. Ahí es donde suelo surtirme de la equipación para el zumba. FIN DE LA NOTA.

3) Mientras me dirijo a la entrada voy cagándome en todos los peluqueros que me han puesto la tijera encima alguna vez. Bueno, en todos menos en uno, pues nunca debes cagarte en alguien que haya estado en E.3.1 y encima se haya leído alguna de tus novelas. Te estarás preguntando, impaciente y curioso amigo facebooksiano no vetado, por qué me cago en mis peluqueros presentes, pasados y futuros. Pues solo tienes que despejar la incógnita de estas dos ecuaciones: A) Llevo el pelo demasiado corto. B) Hace un pelete que te cagas. Pues lo dicho. El pelete hace que te cagues, sí, pero me cago en los peluqueros.

4) Atravieso la puerta de entrada y no siento las putas orejas. Mi cabreo es tal que, lejos de arrepentirme, ratifico mis deseos y mi odio hacia los peluqueros. La chica de recepción me saluda con amabilidad mientras yo tirito y le hago un gesto con la cabeza. Voy hacia el torno. Tres hombres llenos de músculos me miran con cara de burla. Uno me suena del jueves. El jueves también estaba mirándome mientras metía mis monedas en la ranura de la máquina de dulces para pillar un café. Los otros dos no lo sé, pero igual también fueron testigos. Me da tanta rabia y tanta vergüenza que se me pasa por la cabeza una cosa. Si esto no fuese real, si fuese una de mis novelas, contrataría a un sicario para que acabara con todos los testigos del jueves. Solo de imaginarlo me entra un subidón y logro marcarme una mueca socarrona y amenazante. Miro fijamente a los tres hombres musculosos con mi mueca socarrona y amenazante. Ellos se desconciertan, disimulan y miran hacia otro lado. Me siento bien. No hay nada como poner a los lugareños en un relato, haciendo el papel de malos, para sentirte bien.

5) Mientras avanzo, mi cuerpo se va calentando poco a poco y me voy quitando prendas. Por un instante me siento como si estuviera jugando a uno de esos Trivial eróticos, donde te vas desnudando si no aciertas las preguntas. Yo suelo ser muy bueno en esos Trivial eróticos, pero nunca juego porque no encuentro contrincantes. Mis compañeros cavernícolas de la facultad están todo el día haciendo modelos autorregresivos y escribiendo ensayos. Ellos no juegan al Trivial ni al Solitario Spider.

6) Entro en la sala con el leotardo y una blusa recortada. Me siento como si estuviera en pelota picada, pero nadie se fija en mí. Mejor. Una señora está en el suelo, acostada boca arriba pero con las piernas levantadas y pedaleando. La miro y me duelen los riñones. Rezo para que la monitora no nos obligue a hacer lo mismo a las demás.

7) Dejo la minimochila en el suelo. La monitora está en el ordenador. No me ha saludado. Es más, creo que me ha evitado. Igual piensa que le traigo un vinilo de Luis Mariano. Me miro las piernas. El leotardo realza mi peso pluma. Me miro al espejo y me gusto mucho. Yo diría que me amo. Luego pienso en los psiquiatras y me dan arcadas.

8) Para mi sorpresa, hoy comenzamos directamente a saco.

“Tubí, tubí… Tubí, tubá… Tubí, tubí… Tubí, tubá…”

Es una de mis favoritas. El lector debe saber que llevo toda la semana viendo vídeos de youtube tratando de buscar esta canción y la otra, “Zum, zum, zum, zum”. Nada. Por mucho que he entrecomillado esas onomatopeyas en Google, no las he encontrado, pero seguiré intentándolo. Toda una labor de investigación. Lo que me jode es que me paso todas las mañanas escuchando música y más música que no me gusta. Eso implica que tengo que dejar de lado el Facebook, el Solitario Spider y algunos guayoyos. El otro día vino un alumno de Trabajo de Fin de Grado y le tuve que decir que tenía fiebre para que me dejara escuchar la música en paz. Le expliqué que las canciones que se oían en el ordenador me las había recomendado mi terapeuta para la fiebre. Me jode mentir, pero a veces un profesor universitario tiene que hacer cosas que no le apetecen. Va en el sueldo.

Por cierto, pido ayuda a mis lectores con estas dos canciones. A ver si alguien las conoce.

9) Seguimos con el zumba. Después de tres canciones hay una pausa. La monitora se va hacia el ordenador. Me toco los labios. Las jodidas grietas duelen cada vez más. Eso hace que me cague en los meteorólogos, en los peluqueros y en la facultad donde trabajo. En la facultad donde trabajo todo el mundo habla del frío. Menos mal que en zumba nadie habla del tiempo.

10) Antes de que la monitora ponga más música, empieza a sonar un móvil. El ruido es escandaloso y todo el mundo mira hacia la mochila de donde sale el estridente sonido. Yo me tengo que tapar los oídos porque la melodía suena más alta que la de “tubí-tubá”. Mis ojos también se dirigen a la mochila. Pero… ¡¡¡Es mi minimochila!!! ¡Es mi móvil! Me pongo muy rojo. Tanto que no debería volver a poner etiquetas a las señoras coloradas. Yo soy la jefa, la principal, la Reverendísima Señora Colorada.

-Es el mío –explico y me voy a por él.

Tengo ocho llamadas perdidas, pero con la música de zumba no me había dado cuenta. Ahora sí que me he dado cuenta. Bueno, me he dado cuenta yo, la monitora, la Compi-Zumbi y todas las otras chicas.

-¿Diga?

-Pregunto por don Carlos Felipe Martell.

-Sí, soy yo, ¿quién es?

Miles de ojos me acribillan. La monitora espera antes de poner más canciones. No tengo los reflejos suficientes para salir fuera de la sala y hablar tranquilo. Al contrario, comparto mi conversación con mis compañeras en plan idiota total.

-Le llamo de CaixaBank y quería decirle que es usted un cliente preferente. Por eso le ofrecemos un seguro de coche con unas condiciones especiales. ¿Tiene usted una póliza de…?

-Lo siento, amable señorita, pero ahora no puedo atenderla. Me está interrumpiendo mi clase de zumba.

-Lo siento. Lo llamaré en otro momento. ¿Cuándo podría…?

-Pues las clases son martes y jueves. Llame usted a la ciudad deportiva y allí le informan.

10) Pulso un botón rojo y se corta la comunicación. Pido disculpas a la monitora y le digo que ya puede seguir. Las chicas me miran con unas caras tan indescifrables que me empieza a doler el estómago.

11) La clase sigue, pero sigue con tanto juego de caderas que aquello tiene pinta de venganza. Quieren joderme por haber cogido el teléfono. Hay que echar las piernas a la izquierda y, simultáneamente, las caderas a la derecha. Y luego a la inversa. La contorsión es tan grande que está a la altura de los bailarines sobre hielo. El cuello me empieza a arder, pero sigo como puedo.

12) Tres señoras, sin pedir permiso ni nada, se van antes de empezar los ejercicios en las colchonetas. La monitora no las regaña ni les dice nada. ¡Joder, estas se creen que esto es como el aula E.3.1! En E.3.1 mis alumnos pueden entrar y salir a su antojo. Al menos en mis clases. La huida de las señoras me sirve de información y de coartada para otra ocasión. Si algún día me voy antes y me llaman la atención, le recordaré a la monitora que estas tres señoras han sentado un precedente irreversible.

Posts destacados
Posts recientes
Búsqueda por etiquetas
Síguenos
  • Facebook Classic
  • Twitter Classic
bottom of page