-EL ESCRITOR DE PUZLES-
CARLOS FELIPE MARTELL
Las canciones de "Los privilegiados del azar"
Con poesía le dije: "¡Te quiero!"
con dulzura me dio una patada.
Por el tacto que tuvo al hacerlo
yo le pago con esta balada.
La conocí en la ciudad de los sueños.
Llevaba el sello de un cuento de hadas.
Hace tanto tiempo de aquello
que no recuerdo ni cómo se llama
Mira al que pasa, culto y feliz,
y no entiende por qué él no es así
Si la vida te da a luz en el infierno
y pretendes tu cabeza asomar
te pisarán con todas sus fuerzas
los privilegiados del azar.
Y justificarán su crueldad diciendo:
“Es un inmigrante ilegal”
Magia en el cuerpo cuando lanzas el grito
de tu identidad.
Pide un deseo mientras rompes el mito
de la pubertad.
Va rezumando un poco de inmadurez
y una flor tal vez.
Ese insultante trozo de juventud
que te gastas tú.
Inma,
roja espuma de chicle,
pirulís infantiles
y palotes "de a diez".
Inma,
chupa-chups afrutado
como un beso en los labios
salpicado en "soufflé".
Tiene más de treinta años.
Para en la plaza del barrio.
Mil picadas en los brazos.
Jeringuillas en los bancos.
Se resigna a ser el malo.
No hace tanto tiempo fue feliz.
Y ahora es el yonki que la sociedad no tolera.
En abril, Semana Santa,
un Don Juan la deslumbró.
Manejaba las palabras
disparando al corazón.
Entregó toda su esencia
cautivada y sin control.
La inocente Flor de Menta
en sus redes se enredó.
Isaac, regalo,
una vez te soñamos y el tiempo nos premió.
Isaac, fortuna,
en el mes de la luna el cielo te envió.
En el atardecer,
empuñando un creyón pastel,
garabatea
unas rayas en un papel.
Podría ser su ángel, podría ser su estrella.
Piel de loba, callejera.
Podría ser su amante, podría ser su reina.
Seductora, callejera.
Y ella soñó sus labios, besos de sangre.
Podría ser miseria.
La llamaba barriobajera
para que su ausencia menos le doliera.
Cuenta que estuvo en la guerra.
Jura por Dios incoherencias.
Solo en la playa contando las olas,
de pies a cabeza vestido de rosa.
Queda marcada en la arena
la huella gris de un demante
tocado de la cabeza.
Tocado de la cabeza.
Soñó ser cometa y la galaxia cruzar.
Soñó ser la estrella sideral.
Soñaba luciérnagas brillando en champán.
Soñó que existía el más allá.
Soñó que la muerte no lo espera al final.
Soñó que su sueño era verdad.
Millones de rosas inundaban su hogar
y escupen aroma al reventar.
Sigiloso al instituto con aire de ingenuidad,
las tareas atrasadas
porque hacía de Neil Young.
Sus amigos lo sentían como un imán.
Los mocosos de su quinta
asumíamos que el líder eligiera el juego:
Cruyff en caja de cerillas,
las chapas de coca-cola y todos al suelo.
La hoguera le alumbraba por San Juan,
la luna y las estrellas eran sol.
Ardiendo entre las llamas su pasado proyectó,
sus ojos se nublaban.
Se come la cabeza, es una olla a presión,
silencios de amargado alrededor.
Presume de mujeres y de ser un ganador,
dotada la entrepierna de rencor.
Ley del mencey llamado Tanausú.
En el paraje más escondido
reina en un santuario la Dama del Granizo
ensortijada de flores.
Su corazón es tela de araña,
su marcapasos un largo canal.
La arteria aorta es un largo túnel
que une la niebla con la claridad.
Devoradora es La Laguna
cuando el día toca el fin,
incertidumbre de la luna
y las luces de rubí.
Puede que solo ella reúna
la gogó y el aprendiz,
los acordes de una tuna
y las niñas del carmín.
Eran cerca de las tres y a su casa llamé.
El aroma de un café endulzado de mujer.
Intenté tocar la flor llena de salvaje miel.
Me abrirán su corazón los arcanos del tarot.
Esta vez me enamoré.
Tuve lo que hay que tener
por amor a Marlene.
Tuvo la novia perfecta.
Pudo casarse a los treinta
pero eligió juventud.
De noche un vaso de alcohol en las manos.
Solo entre jóvenes de veinte años.
Mira a las nenas fumando un cigarro.
El mismo bareto de su juventud
pero el dueño parece un anciano.
La salvaje inculta sabe
que atrapó estrella.
Dueño de una empresa, un Ferrari para fardar
y un chalet junto al mar.
Él probó unas cuantas faldas,
aguantó, santa.
No fue culpa suya, era cosa del azar,
o fue Dios que impuso diferencia intelectual.
Cada sábado noche
cuando el sol se ocultaba se vestía de blanco,
camiseta ajustada, la bragueta marcando,
su perfume de flores, el pelo engominado,
cinturones de cuero, interiores dorados.
Al salir cuchichea la vecina del cuarto:
Ese que se menea es el marica del barrio.
¡Ese que se menea es el marica del barrio!