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Hoy en Zumba... Capítulo 7

1) Hoy conduzco hacia la ciudad deportiva con una mano en el volante y otra en la frente. Tengo una horrible sensación de fiebre y me palpo en busca de síntomas. Me noto la frente fría. Demasiado fría, así que descarto la fiebre. Lo que me sucede es otra cosa. Algo mucho peor. ¡Pánico!

Resulta que los putos meteorólogos metemiedos llevan dos días amenazando con una de esas alertas acojonantes. Esta mañana me levanté de la cama y no me mantenía de pie del susto tan grande que tenía. Estuve a punto de sufrir un infarto o una lipotimia, pero resistí como buen palindromista que soy.

Te estarás preguntando, curioso lector, a qué se debe mi miedo. Hay gente que le teme a las tormentas o a la lluvia, pero no es mi caso. Yo le temo a las alertas, aunque solo los martes y los jueves. Los martes y los jueves tengo zumba. Así que por eso me levanté acojonado y ahora sigo acojonado mientras conduzco.

2) Estoy llegando a la ciudad deportiva con unos latidos cada vez más fuertes.

“¡Gracias, Dios mío! ¡Hay luces! ¡No han suspendido las clases de zumba!”. De la alegría que me entra, se me va la sensación de fiebre y agarro el volante con ambas manos.

3) Llego al aparcamiento de tierra y meto el coche en el único hueco libre. Enfrente hay dos deportistas y una mujer discutiendo. Sé que los hombres son deportistas por la ropa que llevan. Sé que la otra es una mujer por los rasgos físicos. Me acerco disimuladamente y hago como si hablara por teléfono. Poco a poco voy comprendiendo. La discusión se debe a que uno de los deportistas es un cavernícola. Yo trabajo alrededor de muchos cavernícolas, así que tengo cierta experiencia para detectarlos. Ese deportista cavernícola, al parecer, le dijo un piropo ochentero a la mujer, justo a la salida de la ciudad deportiva. “Dan más ganas de venir al gimnasio si te cruzas con chicas tan guapas”. Luego apareció el otro deportista, que es pareja de la mujer, y se montó la bronca. Han venido embroncados desde la puerta hasta el parking.

Estoy varios segundo allí, plantado como un abedul, hasta que me aburro, pues aquello no tiene pinta de acabar en las manos.

4) Llego a la puerta de acceso donde empezó la bronca. Hay unas cuantas personas mirando fijamente hacia la zona de la discusión. Me da rabia que la gente sea tan curiosa.

5) Llego a los tornos. Solo funciona uno, el de entrada. Varias personas están saliendo por ese torno. Se supone que yo, dado que es el torno de entrada, debería tener preferencia. Miro hacia la chica de recepción con mi ceño muy fruncido. Ella se hace la loca. Me doy cuenta de que estoy en una ciudad deportiva donde viene gente con falta de valores y sin ningún respeto por los tornos ni por los escritores de intriga. Pura chusma. Finalmente empujo a un lado a una señora que está saliendo y, antes de que venga otra, atravieso el torno con brusquedad.

6) De repente me da otro bajón y un ataque de ansiedad. ¡Estoy mucho peor que esta mañana! Me doy cuenta de algo importantísimo. La alerta no ha llegado a la ciudad deportiva, vale, pero… ¿Y si la monitora de zumba es de esas personas que se acojonan con las tormentas? ¿Y si se ha quedado en su casita? ¿Será posible? ¡Joder! ¡Sería morir en vida! Mientras me aproximo a la sala, las piernas no paran de temblarme. Me agarro de una pared y estoy a punto de apoyarme en un pegote de porquería. Avanzo, pero dándole vueltas al asunto de la monitora miedosa. ¡Una monitora con miedo a la lluvia! ¡Inconcebible!

-¡Me cago en la monitora! ¡Deberían contratar a otra más valiente! –murmuro cabreado.

7) Entro en la sala con tal palidez que parezco salido de una película de Crepúsculo. Miro al fondo. ¡Sí! ¡Está mi monitora! ¡Grande! Me dan ganas de llorar. Mi monitora es mi ídolo, alguien capaz de vencer todo tipo de adversidades en esta vida. Alguien que supera cualquier inclemencia meteorológica para cumplir con su deber. Da gusto pagar clases a gente así.

8) Miro el panorama. Están todas colocadas en posición, pero no han comenzado el baile. Se me ocurre pensar que igual estaban esperando por mí, y eso hace que me caigan dos lagrimones gigantescos. Uno resbala por mi labio y me deja la boca toda salada.

9) Empieza la clase y me concentro en la música. Intento coordinar manos y pies, pero me resulta imposible. Todavía no estoy preparado para dar ese paso.

10) Sin poder remediarlo, me acuerdo de los relatos “HOY EN ZUMBA…” del Facebook. Hago memoria y pongo nombre a los comentarios que algunas personas hacen en dichos relatos. También recuerdo mis amenazas de veto. Incluso me planteo qué ocurriría si mis compañeras de zumba leyeran mis relatos. ¡Igual me echan de clase! Total, que con estas reflexiones me entra tal ataque de risa que todas se me quedan mirando. ¡Todas! La monitora y Compi-Zumbi incluidas.

11) Disimulo la risa y me concentro de nuevo en la música. Luego la monitora ordena que nos acostemos en una colchoneta y nos da unas pelotas azules monstruosas. Son tan grandes que, si fueran negras, podrían ser los testículos de King-Kong. O de Godzilla. El ejercicio consiste en pasarnos las pelotas de pies a pies y de manos a manos. Es más complicado de lo que parece. Fallamos tanto que nos partimos de la risa. Me duele toda la zona abdominal de tanto ejercicio y de tanta risa.

12) Termina la clase, recojo y me voy. Está lloviendo un poco. Sonrío. Sonrío y le doy gracias al creador por no haber suspendido la clase de zumba a pesar de la alerta. Por un ventanal veo la piscina. Hay unos ojos nadando que me miran profundamente. Es… ¿Qué cojones…? ¡Es mi Vecino el de la Cara de Búho! Me pregunto cómo alguien puede tener esa capacidad para saltar de un relato a otro. O de un supermercado a una ciudad deportiva.

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