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Hoy en Zumba... Capítulo 20

1) Llego a la ciudad deportiva con una pila de ejemplares de “Los privilegiados del azar”. Unas cuantas chicas me han pedido mi primera novela, así que hoy toca hacer de distribuidor (transporte), librero (venta) y autor (dedicatorias). Estuve tentado de pedirle a mi distribuidor que trajera los libros en su coche (así, de paso, me hubiera traído a mí y yo hubiera ahorrado gasolina) y también de pedirle a un librero que viniera con un datáfono para cobrar. Pero no me pareció buena idea por dos razones. Primero, porque no quiero llevar invitados a la ciudad deportiva. Y menos si van vestidos con ropa de calle. Hace poco que soy socio en la ciudad deportiva y quiero mantener mi reputación. Segundo, porque quiero evitar que mis compis de zumba paguen los beneficios de los intermediarios.

2) Entro en la sala con la pila de libros. Las chicas sonríen y yo empiezo a repartir. Además de los libros, he traído las gafas de cerca y dos bolígrafos para zurdos. En concreto traigo un boli malva y otro naranja. Me gusta firmar libros en malva y en naranja. Yo no soy un escritor vulgar que firma en azul o en negro. Si a ti, querido lector que tienes la vista hipnotizada por este párrafo, alguna vez un escritor te dedica un libro con un bolígrafo azul, no te fíes de él. Es un escritor vulgar que habrá escrito un libro vulgar. La originalidad empieza en la dedicatoria y en el color de esa dedicatoria. Fíate sobre todo de los escritores zurdos que utilicen bolígrafos de colores para zurdos.

3) Empiezo a repartir dedicatorias. Un libro, otro, otro… Al final son tantas las dedicatorias que se me llagan los dedos. Me los miro. Tengo la mano izquierda tan dolorida que difícilmente podré hacer zumba en condiciones. Pero no importa. Es el precio y el sacrificio que hay que pagar por ser escritor practicante de zumba. Además de los dedos, también se me han atrofiado los ojos. Al cerrarlos y abrirlos solo veo miles de diminutas estrellitas malvas y naranjas. Y me pican mucho.

4) Por cierto, tengo que incluir en este relato un punto de inflexión. Resulta que mis amigas de zumba han empezado a pedirme amistad en Facebook y quieren leer estos relatos. Estoy acojonado, pues nunca se sabe cómo se lo tomarán. Todo depende del sentido del humor de cada una. En estos días he estado releyendo uno a uno cada capítulo. Sí, lector entretenido. Todos y cada uno de los diecinueve capítulos. También los dos capítulos extra, o sea, el “Capítulo 0” (que fue escrito posteriormente) y el “Anticapítulo” (el día de la huelga de mujeres). Estoy convencido, tras leerlos, de que a las chicas de zumba no les molestará. Al contrario, se van a morir de la risa. Seguro. Es más, chicas de zumba, me comprometo a una cosa. Cuando estos relatos salgan en forma de libro (que tarde o temprano saldrán), les regalaré un ejemplar de cortesía a cada una de ustedes. Es una promesa.

5) Entro en la sala con una mezcla de alegría y cabreo tan grande, que me da como una alergia en las arterias coronarias y en el hipotálamo sinusoidal. El cabreo es porque acabo de recordar que el jueves no hay zumba. ¡Igual que en Carnavales! Ahora no abren por ser un jueves de Semana Santa. Y yo me cago en la Jodida Hermandad de la Ciudad Deportiva. El jueves la chica de recepción no abre las instalaciones porque se va a ver las procesiones. En cuanto a mi alegría, pues es obvia. Mis compañeras de zumba van a leer alguna de mis novelas. A partir de ahora mataré por mis compañeras de zumba. Son tan intocables como mis exalumnos. O más. Incluso les perdono que no vengan el jueves.

6) Empieza el baile. Pero… No sé… Algo no va bien. ¿Qué ocurre? Es la canción. No es… ¡No es la canción de Chayanne! Hasta ahora siempre, siempre, siempre habíamos empezado con la canción en la que Chayanne salta las murallas de Cartagena. Pero hoy la monitora ha decidido cambiarnos la rutina. Hoy toca otra vez canciones satánicas. Me adapto al baile como puedo y con mucha dignidad. No dejo de sonreír. A partir de ahora, de este punto de inflexión, me siento integrada al cien por cien. Ya no soy una de las torpes novatas, no. Soy torpe, pero soy una más. Me miro al espejo para deleitarme con mi figura. Cada vez estoy más sexy y más atractiva. Cada vez bailo mejor. Y eso que me duelen los dedos de la mano izquierda por las llagas.

7) Terminamos. Me despido y tomo nota de unos pedidos de libros. No he traído para todas, así que el próximo día tendré que traer más. Da gusto dedicar libros a gente tan agradable que hace zumba.

8) Salgo de la sala muy cansado físicamente. Se me acerca un hombre con una toalla colgada sobre los hombros. Empieza a hablarme y yo me mareo. No entiendo la mitad de lo que dice. Habla de unos viñedos de uvas y de un tractor. Luego insiste una y otra vez en que pruebe la zona de musculación. Estoy convencido de que sabe que soy el de los relatos “Hoy en Zumba…” y lo único que pretende es llamar mi atención para pillar protagonismo en uno de los relatos. Y el muy cabrón lo ha conseguido. Hoy protagoniza este punto “8”. Le digo que tengo prisa al señor de los viñedos y continúo.

9) En un banco, junto a la salida, un musculitos está sentado escuchando música, pero tiene los cascos sueltos sobre los hombros. La tiene tal alta que se oye perfectamente. La melodía que suena es “Ayúdame Dios mío a poder controlar mi lengua”, de María Payano. Se me saltan las lágrimas con esa canción tan sobrecogedora y, disimuladamente, me acerco todo lo que puedo para escucharla mejor. Estoy por pedirle que me pase los cascos, pero no me atrevo. No es que me dé vergüenza. Yo por oír a María Payano y su lengua no me cortaría en hacerlo, pero los auriculares tienen una especie de costra marrón. Debe ser una mezcla del cerumen y el sudor del musculitos. Por cierto, agradecido lector de estos relatos, en el primer comentario de esta publicación te pongo el enlace para que también tú puedas llorar con la canción de María Payano.

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