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Hoy en Zumba... Capítulo 16

1) Llego a la ciudad deportiva tiritando y con unas pulsaciones descompensadas. No tengo fiebre ni frío. Mis sensaciones se deben a los nervios. Estoy muy nervioso por algo que ocurrirá el jueves. Pero eso, si quieres saberlo, pedazo de lector impaciente, tienes que esperar al relato del jueves. De momento solo debes saber que estoy muy nervioso. La cuenta atrás continúa.

2) En la puerta de entrada tengo que esperar a que salga un señor con cara de habichuela. O de lagartijo, no sabría definir con exactitud esa cara. Entro y me encuentro con una chica que conozco de algo. Está hablando en la zona de recepción. Creo que tiene un problema con su tarjeta. Me fijo bien en ella. ¡Ya sé quién es! Trabajó en el sector de limpieza de la universidad donde trabajo. Es una chica de voz muy dulce. Recuerdo que una vez le compré un décimo de lotería y al día siguiente mi despacho olía a fresa y a coco.

3) Sigo de largo, pero la chica me ve y me saluda.

-Hola, profesor.

Me giro.

-Hola. ¿Ya no trabajas en la uni? Hace tiempo que no te veo.

-Sí, pero mi empresa me ha destinado al aulario de Guajara.

-Pues tienes suerte. Allí hay menos cavernícolas. Hasta luego. Me voy a zumba.

-¿A zumba? ¿Estás en zumba?

-Sí.

Me voy tranquilo. Si la chica no sabe que estoy en zumba es porque no la tengo en Facebook. O al menos no ha leído mis relatos.

4) Quiero advertir dos cosas a los lectores más puntillosos, por si acaso piensan que este relato cojea.

a) Tengo unas 2500 personas agregadas en Facebook, así que no puedo recordar exactamente a todos, y menos a aquellos que no interactúan conmigo.

b) La Sede Central de los cavernícolas en la ULL está en la Facultad de Economía, Empresa y Turismo. No hay nada que atraiga más a un cavernícola que el mundo de la economía, la contabilidad y la empresa. Yo estudié Económicas y trabajo en esta facultad. Soy un experto en cavernicolismo. Me encanta rodearme de cavernícolas. No hay nada más enriquecedor en esta vida que convivir con tus contrarios. Eso lo explico en mi best seller “Los privilegiados del azar”.

5) Llego a la zona exterior del aula de zumba. Hay seis o siete chicas y la monitora. Están de buen rollo. Deben tener muchas ganas de bailar. Yo estoy nervioso por lo del jueves, pero fuerzo una sonrisa. Es importante sonreír a tus compañeras de zumba. Ellas me ven. Una señora se lanza a interrogarme. Igual estaban hablando de mí y quiere verbalizar algo.

-Tú te lo estás pasando muy bien, ¿verdad?

-¿Cómo?

-Que tú estás disfrutando en zumba.

-No lo sabes tú bien. Disfruto como un enano.

Enseguida me doy cuenta de que he dicho una frase hecha totalmente repulsiva. “Disfrutar como un enano” me parece una falta de respeto y de ética tan grande que, para compensar mi metedura de pata, me araño la mano derecha con la izquierda hasta que casi me sale la sangre. Incluso me planteo obviar esta metedura de pata esta noche, cuando llegue a casa y empiece a transcribir este relato, pero al final decido que no lo haré. Un contador de relatos “Hoy en zumba…” debe ser meticuloso y fiel a la realidad. Es la única manera de mantener tu reputación ante tus sufridos lectores. En concreto quiero mantener mi reputación ante aquella parte de mis lectores que han leído alguna de mis novelas. Ante el resto me da igual.

-Sí, se te nota –insiste ella-. Lo pasas pipa.

-Es que ya voy pillando algunos pasos, y eso hace que disfrute más del baile.

Le oculto una de las principales razones por las que disfruto haciendo zumba. Esa razón es obvia. Después de la sesión de zumba hay un relato “Hoy en zumba…”. Los relatos “Hoy en zumba…” me dan tanta vida como las propias sesiones de zumba.

La monitora me mira con cara de asentimiento. Ella sabe que he progresado. Me lo dice.

-Carlos, has avanzado. Ahora lo pasas mejor.

-Todas nosotras lo pasamos bien. Yo lo paso bien desde el primer día. ¡Ah! Y digo “nosotras” porque en zumba soy chica –me atrevo a confesar.

Ellas se ríen y me miran con ojos de lechuza.

-¡Ja, ja, ja!

-La monitora siempre dice “¡vamos chicas!”, así que soy chica –insisto, y se ríen más. Cada vez me siento más atrevido. Nunca pensé que llegaría a decir estas cosas.

-¡Ahí, Carlos, muy bien! –dice la monitora y me choca la mano.

-Llevamos siglos utilizando el masculino para abarcar a hombres y mujeres. Ya es hora de hacerlo al contrario. En zumba se hace al contrario –sentencio.

6) Comienza la clase. Hoy faltan las Baby Zumba, así que el único punto juvenil en la clase lo pongo yo. Yo no soy tan joven por edad, pero sí por mi complicado estado mental. Bailamos. Todo fluye en un ambiente agradable para casi todas. Para mí no tanto. Después del aparente buen rollito en la entrada, hoy la monitora se ha propuesto joderme. Pone canciones que jamás he escuchado. Una tras otra. Incluso se atreve a torturarme con el “Despacito”. En uno de los descansos para beber agua le pregunto a una compañera por esas canciones. Ella me dice que hace meses que no las pone, o sea, antes de yo llegar a zumba. Todas las chicas se las saben menos yo. Y menos Compi Zumbi, claro. Compi Zumbi no se sabe ninguna canción. Yo me sé tres cuartos de una melodía y media de otra. Pero hoy no pinchan esas melodías. Hoy son canciones pa joder. Creo que la monitora quiere castigarme y dejarme de nuevo en la casilla de las más torpes, junto a Compi Zumbi.

7) Me tomo un descanso. No por estar cansado, sino por estar nervioso y por no saberme las canciones. Mi cabeza se pone a recordar que llevo dos días durísimos en el trabajo. He tenido varias reuniones de un proyecto de innovación educativa en el que me han apuntado. Odio estar en proyectos de innovación educativa. Odio innovar. Quiero seguir dando mis clases como hasta ahora, no me gusta la heterodoxia ni las variaciones. En esto soy muy clásico. Quiero seguir hablando de Estadística con los Power Rangers encima de la mesa, Samara la niña del pozo en las transparencias y El Fary de fondo musical.

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