top of page

Hoy en Zumba... Capítulo 13

1) Hola, amigos. Seguro que les habrá extrañado que empiece este relato con un “hola, amigos”. Hoy es especial. Hoy empiezo el relato en casa. Sí, en casa. No sé si iré a zumba. Por eso empiezo aquí, en casa. El problema es que tengo fiebre alta y estoy tiritando. Creo que se trata de un castigo por haber llamado “básicas” a todas esas torpes personas que el martes querían que celebrara el palíndromo 20-02. Sea un castigo o no, lo cierto es que estoy ardiendo en fiebre. Me he puesto el termómetro más de ocho veces para ver si me bajan las décimas y me estoy empastillando continuamente.

2) Te estarás preguntando si voy a ir a clase de zumba en estas condiciones. Precisamente también yo me lo estoy preguntando. Por eso empiezo el relato en casita. No estoy con el cuerpo idóneo para cambiarme de ropa, coger el coche, coger el frío y hacer ejercicio, así que es probable que no vaya. ¿O sí? Me lo pienso. Le doy vueltas mientras me pongo el termómetro otra vez.

3) Tomo una decisión drástica. Con fiebre alta y tiritando, lo mejor es quedarme en casa. Aunque… Un contador de relatos tiene que hacer lo que tiene que hacer. A veces hay que hacer unos sacrificios extremos en la vida para que la vida te corresponda. Y yo tengo un compromiso con mis lectores a pesar de no cobrar por mis relatos. Conste que no cobro por mis relatos porque Facebook aún no ha inventado un sistema PPV (“pay per view” o “pago por visión”). Así que, querido lector, como estos relatos te salen gratis, te pido que a cambio compres mis novelas. No te arrepentirás. Están escritas por un escritor que no tenía fiebre cuando las escribió, pero estaba como en trance. Eso implica que son novelas muy originales y delirantes. De nada.

4) Voy a la ciudad deportiva pensando en mis lectores. Bueno, solo pienso en los lectores que han leído alguna de mis novelas y en aquellos que están dispuestos a hacerlo. El resto, como ya he explicado, debe sentirse ninguneado por este profesor en estado febril.

5) Entro. Una señora muy agradable que está saliendo me saluda con una enorme sonrisa. Yo le devuelvo el saludo con un gesto, pues mi afonía no me permite hablar alto. Luego me quedo en shock. ¿Quién demonios es esa señora muy agradable? A una persona con un currículum tan extenso como el mío le ocurre constantemente que te saludan y no tienes ni idea de quién se trata. Pero que te saluden en la ciudad deportiva puede resultar peligroso. ¿Y si es una amiga del Facebook y se chiva del contenido de mis relatos?

6) Retrocedo hacia la puerta y arriesgo mi salud. En la misma entrada, con toda la corriente de aire jodiéndome, detengo a la señora muy agradable.

-Hola. ¿De qué nos conocemos?

La señora muy agradable me dice que fuimos vecinos cuando éramos pequeños. Eso me tranquiliza. No es una espía. Está en zumba, pero en un horario diferente al mío, si bien la monitora es la misma. Estoy tentado de preguntarle si tiene Facebook, pero no es buena idea y lo dejo pasar.

7) Llego a la puerta de la sala. Las chicas me miran con suspicacia. Tengo mala cara y se nota. Saben que tengo gripe. No hay nada más peligroso en una ciudad deportiva que una portadora del virus de la gripe haciendo zumba. Por si acaso me echen, trato de sonreír y de no hablar mucho para ocultar mi afonía.

ACLARACIÓN DIRIGIDA AL LECTOR MÁS PERSPICAZ: Te preguntarás por qué hablo en masculino hasta el punto “6” y, de repente, en el punto “7”, hablo en femenino. Sencillo. Soy chica una vez que llego a la sala de zumba. Fuera de la sala solo soy un pobre escritor egocéntrico. FIN DE LA ACLARACIÓN DIRIGIDA AL LECTOR MÁS PERSPICAZ.

8) Entro en la sala y me desmorono. Todo mi cuerpo se pone a temblar y soy incapaz de controlarlo. Hay tres elementos responsables de mi recaída. Se trata de la potente luz no apta para fotosensibles ni para agripados, un enorme ventilador esparciendo todo el aire viciado de la sesión anterior y una música infernal a todo volumen. Todo me da vueltas. Las chicas me miran extrañadas y yo disimulo, pero no creo que les pase desapercibido que me voy agarrando a la pared mientras avanzo.

9) Trato de calmarme. Sin embargo, noto que la fiebre me está subiendo muchísimo. En este instante me parece muy injusto que Facebook no haya puesto el PPV. Espero que este relato solo sea leído por lectores de mis novelas. Bastante sacrificio estoy haciendo. Me da la impresión de que en pocos minutos voy a perder el conocimiento. Espero que a esta gente no se le ocurra meterme sal o azúcar debajo de la lengua cuando me vean en el suelo.

10) De repente, quizá por los propios delirios de la fiebre, se me ocurre una idea totalmente paranoica y me entra miedo. Se me ocurre pensar que igual lo que tengo no es una gripe. Me explico. Hay un barrio en San Cristóbal de La Laguna donde han plantado más antenas de telefonía móvil que personas viviendo. Sí, amigos. Es un barrio que ha entrado en cólera porque están experimentando allí con las radiaciones. Pues bien, te preguntarás qué tiene que ver esto con mi fiebre. Sencillo. Hace unos treinta y cinco años yo viví en ese barrio. Igual lo que tengo son los efectos a largo plazo de las radiaciones y no una vulgar gripe.

11) Cuando me vengo a dar cuenta, estoy sentado en el suelo con la botella de agua en la mano mientras todas las chicas están bailando. Creo que tengo ausencias. No sé si he bailado algo, pero creo que sí. La melodía que suena me parece una tortura. Me gustaría que hoy nos pusieran “Carry that weight”, de los Beatles, pero cantada por Eva Cassidy. Algo suavecito. O algo de Maluma.

12) Intento incorporarme, pero me cuesta mucho. La fiebre es la fiebre. Hay una señora en la puerta mirándome fijamente. Cierro los ojos y los abro para ver si es una alucinación, pero la jodida, sea real o no, sigue allí plantada. Logro ponerme en pie. Mis lectores se merecen que me ponga en pie. Me refiero a los lectores de mis novelas.

13) Me miro al espejo y me doy miedo. Estoy demasiado pálido. Me miro la mano izquierda de forma robótica y compruebo que me he comido cuatro uñas. No sé cuándo ni cómo ha podido ocurrir, pero me he comido las jodidas uñas. Miro alrededor. Sufro una transformación ideológica que va mucho más allá del sentido común. Hasta hace unas horas yo era feminista. Ahora me veo hembrista. Todas nosotras, las que hacemos zumba, somos poderosas. Somos muchísimo más gráciles, flexibles, guapas, agradables y contorsionistas que los putos musculitos del gimnasio de al lado, esas víctimas de los anabolizantes que parecen auténticos tarados. Sí. Nosotras somos intelectualmente superiores a esos musculitos.

14) ¡MIERDA! ¡QUÉ JODIDO ESTOY! Si lo sé no vengo. Lo que más me jode es que, con lo mal que lo estoy pasando, que ni siquiera sé si estoy vivo o muerto, luego vayan ustedes, cuando lean el relato, y se descojonen de la risa. No me gusta que se rían de mi sufrimiento. Por lo menos espero que tengan la decencia de comprarme novelas.

15) Me pongo a caminar a un lado y a otro mientras ellas bailan. No coordino nada. Nada. Noto risitas. Muchas risitas. Sé que parezco un zombi terrorífico. La señora que el otro día me pilló grabando mira disimuladamente hacia mis cosas. Igual piensa que estoy grabando otra vez para una película de miedo.

16) Estoy frente al ordenador escribiendo este relato. No, atónito lector, no te has saltado ningún punto. Después del “15” va el “16”. Pero te prometo que no recuerdo nada de lo que ha pasado en la clase de hoy salvo lo que he contado. Me caen gotas de sudor de la frente sobre las manos. Una gota muy gorda cae sobre la tecla “Ñ” del teclado. Ññññññ. Acabo de limpiarla con el dedo índice. Por eso aparece escrita. Me voy a la cama.

Posts destacados
Posts recientes
Búsqueda por etiquetas
Síguenos
  • Facebook Classic
  • Twitter Classic
bottom of page