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Hoy en Zumba... Capítulo 8

1) Hoy llego a la ciudad deportiva veinte minutos antes. Es primero de mes, así que tengo que pagar por adelantado las clases de febrero. Yo no soy de los que domicilian las clases de zumba porque no me fio un pelo de estos lugareños tan pintorescos. Espero que me hagan un descuento, pues este es el mes más corto del año. No me parecería justo que me cobren en febrero lo mismo que en los demás meses.

2) Atravieso la puerta de entrada y, de sopetón, recibo un impactante olor a meados. Me quedo quieto, desestabilizado, hasta que mi nariz se va acostumbrando al pestazo. En recepción hay cola. Tengo delante unas doce personas en fila para pagar la mensualidad. Me entra un cabreo tan grande que mi cerebro olvida el mal olor. No entiendo por qué estas personas no domicilian sus mensualidades. Parece como si lo hicieran para joderme.

3) Me toca. La chica de recepción me cobra el mes completo. No hay descuento en febrero. Ni por ser un mes corto ni por ser el mes de los enamorados. Seguro que la chica de recepción no tiene nadie que la quiera ni que le haga regalos por San Valentín.

4) Sigue oliendo a orines. Recuerdo que este mismo olor lo tuve que soportar una vez en Mercadona. ¡¡¡Mercadona!!! Me asomo a la piscina. Mi Vecino el de la Cara de Búho es la intersección entre Mercadona y la ciudad deportiva, así que… Seguro. ¡Seguro que es él quien se ha meado en ambos sitios, el muy cochino! Pero no. No veo ojos de lechuza dentro del agua.

5) Me siento muy cansado porque anoche apenas dormí. Tengo los párpados como si fueran pegamento. Como ya he pagado y aún faltan cinco minutos para la clase, me dirijo a la zona de máquinas a por un café. Necesito un café para hacer zumba. Leo escrupulosamente las indicaciones.

1. COMPROBAR EL PRECIO DE LAS CONSUMICIONES

2. INTRODUCIR LAS MONEDAS

3. OPRIMIR EL PULSADOR DE LA BEBIDA DESEADA

También me fijo en el pulsador “SIN AZÚCAR”. En él pone “apretar boton antes de elegir”.

Compruebo el precio. 60 céntimos. Introduzco una moneda de 50 y otra de 10. En el visor pone “Crédito 0,60”. Oprimo “SIN AZÚCAR”. Luego hago lo propio con “Café Largo” y espero.

Espero… ¿Y el vaso? ¡No sale el vaso! ¡Ni el café! No entiendo nada. Reviso. Todo está correcto. Sigue mostrando el crédito. Vuelvo a pulsar “SIN AZÚCAR” y “Café Largo”. ¡Nada! Aprieto el botón de devolución de monedas y estas caen. Vuelvo a meterlas en la ranura. Hay dos o tres personas observándome. Repito el proceso. ¡Nada! ¡Cojones! Saco las monedas y las meto por tercera vez. Oigo risitas. Me giro, pero la gente disimula. Cada vez hay más gente mirando. Noto sus burlas.

-Debe estar estropeada –les explico, pero me siento violento.

Una Señora Colorada (otra diferente a la del otro día) se apiada de mí.

-Es que estás metiendo las monedas en la máquina de los dulces.

-¿Cómo…?

Miro las máquinas. ¡Jooooodeeeeeeeeer! La máquina del café está pegada a la de los dulces. Ambas máquinas son del mismo color. La ranura de las monedas del café está en el lateral derecho, pero yo las estaba metiendo en la ranura de la izquierda, que es de la máquina de los dulces. Me pongo tan colorado que no sé cómo reaccionar. Los siete u ocho testigos me dan la espalda para descojonarse a gusto. ¡No pueden parar de reír! La Señora Colorada me mira con cara de pena. Es la única que muestra algo de misericordia ante un palindromista abochornado. Me voy corriendo a clase. Me siento el rey de los despistados y de los metepatas.

ACLARACIÓN. Te estarás preguntando, inquieto lector, si todas estas mierdas que me pasan son reales o si tomo alguna sustancia psicotrópica. Un contador de docurelatos nunca miente, si bien a veces exagera. Pero esto que te cuento de la máquina de café es tal cual lo estoy narrando. Mi vergüenza es doble. Primero, por todos los malditos testigos y sus burlas. Segundo, ahora mismo, por los malditos testigos del Facebook y sus jodidas risitas que me estoy imaginando. Si tú, lector benigno, te estás riendo de mí, podrías acabar en una de las Listas Vetadas. FIN DE LA ACLARACIÓN.

6) Entro en la sala. Allí no huele a orines. La monitora está trasteando el ordenador para poner la música. Se me ocurre hacerle una petición.

-¿Conoces a Luis Mariano? Podrías pinchar un día a Luis Mariano. No sé, “Violetas Imperiales”, “Maitechu”…

-¿Luis qué?

-Bueno… También valdría José Luis Perales –concedo, avanzando varias décadas-. ¿No conoces esa que dice “Y cómo es él, en qué lugar se enamoró de ti”? A mí me salen las lágrimas cada vez que la escucho. Que, oye, tal vez con esa música bailo mejor el zumba.

-Tú me la traes un día y ya lo veremos –responde con cara de miedo.

7) Las chicas hoy están espesas. Yo siempre me fijo en las chicas. Los primeros días solo me fijaba en la monitora, pero luego descubrí que era mala idea. La monitora se mueve tan rápido que me mareo si intento imitarla. Sin embargo, los pasos de las chicas son más terrenales. También marean, pero no tanto. Pero hoy están espesas. Se confunden constantemente. ¡Todas! Eso me pone furioso porque acabo de pagar el jodido y enano mes de febrero, y así no se puede avanzar nada.

8) Me consuelo con las dos canciones que más me gustan. No son de Luis Mariano, pero son pegadizas. Un día le preguntaré a la monitora cómo se llaman esas canciones. Yo las llamo “Zum, zum, zum, zum” y “Tubí-tubí, tubí-tubá! A veces me evado tanto con la música que me quedo como una estatua, sin bailar nada.

9) Termina la clase y recojo las cosas. La monitora me mira con recelo. Igual alguien le ha dicho lo de los relatos del Facebook. O igual se enteró de lo de la máquina del café. Tengo la impresión de que lo de Perales no lo va a aceptar, así que tendré que hablarlo con las otras chicas para ver si las convenzo y hacemos presión entre todas. Crearé un “Club de fans de José Luis Perales amantes de la zumba” si hace falta.

10) Cruzo el pasillo de salida con la nariz tapada. Alguien se ha meado allí dentro y aún sigue oliendo. Por cierto, aunque no me tomé el café, aguanté la clase sin problema.

NOTA: Al lector más avispado le habrá chocado que en los primeros párrafos del apartado “5” aparezca la palabra “botón” sin la tilde. Eso se debe a que es una transcripción literal de las indicaciones de la máquina, y en la máquina no tiene tilde. FIN DE LA NOTA.

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