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Hoy en Zumba... Capítulo 10

1) Hoy aparco en la ciudad deportiva con los latidos centrifugando a mil seiscientas revoluciones por minuto. Sí, atónito lector de estos relatos titulados “HOY EN ZUMBA…”. Igual que la lavadora cuando te deja la ropa casi seca. En este caso es mi lengua la que está seca. Se me ha ocurrido hacer algo tan osado que he estado durante todo el trayecto en coche haciendo un paralelismo con la tercera entrega de mi trilogía “Palíndromo”. Me refiero a “Palíndromo III. La morada de los osados”. El problema de mi osadía es que implica un riesgo extremo que no sé si seré capaz de correr. Pero un contador de relatos tiene que arriesgar. Si no tienes alma de reportero, dedícate a otra cosa, a otra actividad. Quizá a natación, como mi Vecino el de la Cara de Búho.

2) Entro detrás de dos jóvenes musculosos. Les miro sus bíceps. Después miro mis bíceps para hacer una comparación. Nada, no encuentro parecido. Luego miro sus cerebros y posteriormente miro el mío. Nada, no encuentro parecido. Estos tipos deben ser una especie rara, no son normales como yo. Seguro que no escriben relatos.

3) Los jóvenes musculosos se paran en el torno demasiado tiempo. Me fijo bien. Están pasando la tarjeta una y otra vez. Nada. No funciona. Oigo un grito espeluznante a mi espalda. Es la chica de recepción.

-¡Está roto el lector! –chilla a la vez que lleva el teléfono pegado a la oreja.

Los dos jóvenes musculosos saltan el torno. Así, sin más. Deben ser atletas de salto de vallas que entrenan en la ciudad deportiva. La chica de recepción, con el teléfono aún en la oreja, se me queda mirando. Yo la miro a ella con el ceño muy fruncido para que se dé cuenta de que no soy un atleta. Yo vengo aquí a hacer zumba, no a salto de vallas. La chica se levanta con desgana, se acerca y me abre una puertita auxiliar. Atravieso la puertita geriátrica y sigo.

4) Todavía no han terminado la sesión anterior, así que me siento en un banco que hay por fuera. Allí están las “Baby Zumba”. Las Baby Zumba son las dos chicas más jóvenes de la clase. Por su edad universitaria, deben ser alumnas aventajadas, o sea, alumnas superdotadas de altas capacidades a las que han metido en cursos superiores. Hablo con las Baby Zumba. Yo tengo cierta destreza social para hablar con estas edades, porque me he curtido en el aula E.3.1 donde doy mis clases de Estadística. Gracias a la conversación logro atemperar un poco mi estado nervioso. Ahora mismo creo que he bajado a 1000 rpm. Ya no tengo la lengua tan seca.

5) Entramos en la sala. Poco a poco va llegando la gente. Unas señoras me dan conversación. Comentamos las risas que nos echamos el día de las enormes pelotas azules con Compi Zumbi y su falta de coordinación. Me pongo muy nervioso de nuevo porque necesito tiempo para preparar mi osadía. Finalmente empiezo a trastear el móvil para disimular y me alejo.

6) El móvil. El móvil va a ser precisamente el protagonista. ¡Voy a intentar grabar la clase de zumba! Sí, querido lector que en estos momentos te estás quedando impactado. Quiero grabar la clase para poder tener registrados e inmortalizados los movimientos del zumba. Mi idea es la siguiente.

a) Grabo la clase de zumba.

b) Hablar con algún exalumno que sepa bailar. Tengo muchísimos, pero ahora mismo se me ocurren dos y los voy a etiquetar.

c) Que ese exalumno visione mi grabación, examine y aprenda los pasos, y me dé clases particulares de zumba. Así avanzaré en mi aprendizaje.

d) Hacerme monitora de zumba. Ya averiguaré dónde hay que sacarse el título. Siendo monitora no tendré que contratar a nadie para las actividades formativas y académicas en el aula E.3.1 del Grado en Turismo.

7) Mis manos están temblando. Pongo el móvil en modo cámara y miro a todos lados. Tapo la pantalla, pero, como registra movimientos, pega unos fogonazos que me infartan el puto corazón. Pongo la cámara en modo “Vídeo”. Ver el enorme punto rojo hace que se me dispare el azúcar y los triglicéridos.

8) Una señora de zumba… ¡¡¡HORROR!!! Creo… Creo que me ha visto. Creo que imagina algo. No deja de mirar de reojo. Intenta disimular, pero… ¡Joooodeeeeer! Me da tal flojera que igual tengo diarreas. Bueno, tal vez exagero, no estoy seguro, pero los colores sí que me han subido más que los triglicéridos.

9) Tapando la pantalla como un delincuente, le doy al punto rojo de grabación y meto el móvil en el bolsillo de la sudadera. Con dificultad y mirando en todas las direcciones, me aseguro de que la cámara queda fuera del bolsillo. Suelto con cuidado la sudadera en el suelo. La jodida Señora Desconfiada no deja de observarme de reojo. Luego va y se aleja hacia un extremo, lo que confirma mis sospechas, pues esa señora nunca se había movido del mismo sitio. Ahora huye de la cámara como quien huye de la lepra o de mis clases de Estadística.

10) Empieza la clase. Empiezo a moverme y lo hago mejor que nunca. Voy pillando algunas cosas. Tal vez no debería haber arriesgado. Tal vez debería tener más paciencia. ¿Y si la Señora Desconfiada se chiva a la monitora? El mal ya está hecho, así que sigo bailando.

11) En la puerta hay mucho movimiento. Gente mirando la clase. Mucha gente que sale de otras actividades suele quedarse a mirar. Ocurre siempre. Pero esta vez se mueven mucho y alegan. Miro hacia ellos, pero como en zumba siempre me quito las gafas de lejos, no sé qué tipo de personas son.

12) Tras tres canciones viene la pausa para tomar agua. Miro de reojo el móvil. Sigue ahí, colocadito en el bolsillo de la sudadera y con la cámara por fuera.

“¡Turutín!”

¡Me ha entrado un whatsapp! ¡Y mi tono es escandaloso! ¿Cómo cojones me he olvidado de quitar el sonido al móvil si siempre lo hago? Todos los ojos miran hacia la pared donde tengo apoyados todos mis artilugios que compré en Decathlon. Yo me aprieto fuertemente el estómago para que los intestinos no sufran, pero los espasmos hacen que me arda el píloro y el ventrículo izquierdo.

13) Cojo el móvil con disimulo. Tapo como puedo la pantalla y… Lo que veo es… Tengo que agarrarme a la pared. Creo que me voy a desmayar. Lo que veo es… Digamos que tenía la imagen en modo selfie, es decir, con la cámara interna. Eso significa que se ha grabado el bolsillo de mi sudadera. Y la jodida Señora Desconfiada me mira fijamente. Ya ni se corta la tía.

14) Hago tres series de respiraciones (dos inspiraciones y dos espiraciones por serie) para relajarme un poco. La mala leche que me entra por culpa de la actitud retadora de la Señora Desconfiada me ayuda. Me entra el alma de reportero, de palindromista y de contador de relatos. Sin que me suban las pulsaciones, quito el sonido del móvil, pongo la cámara en modo normal, le doy al punto rojo de grabación y la deposito en el bolsillo. Solo me está mirando la Señora Desconfiada. Yo la miro y le meto una cacho sonrisa que la dejo sudando. Bueno, ya sudaba por el ejercicio, pero ahora es una Señora Desconfiada y Colorada.

15) Me río mucho durante el resto de la clase. No hago más que pensar en la “Lista de Zumbados” que estoy confeccionando para el Facebook. Así nadie podrá leer estos relatos si no está en esa lista. Es más, igual hago un preestreno. Igual dejo que los de esa lista, y solo ellos, vean alguna imagen mía haciendo zumba. Para algo he arriesgado.

16) Salgo del aula. Sigue habiendo gente en la entrada de la sala. Me hablan.

- ¡Ja, ja, ja, ja…! ¡Profe, estás hecho un bailarín! ¡Ja, ja, ja!

Abro la minimochila de Decathlon, saco las gafas y me las pongo. ¡Son tres exalumnos de la Promoción Ilusión! ¡Han venido a verme haciendo zumba! Claro, como no subo vídeos, pues han querido ser los únicos privilegiados que disfrutan de mis contorsiones y de mis avances. Pues nada. Ahora me queda visionar la grabación a ver qué tal.

NOTA IMPORTANTÍSIMA: Esta publicación está patrocinada por “Palíndromo III. La morada de los osados”, el psicothriller/novela puzle más impactante que hayas leído.

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